lunes, 21 de diciembre de 2015

¿Y por qué antropología?

¿Y por qué no?
Esta es una de las respuestas que siempre he dado. Empecé mis estudios de Biología en la Universidad Autónoma de Madrid en el 2008, a pesar de que todo el mundo me decía que no tenía salidas, que iba a acabar de profesora,  que para qué servía y un largo etcétera que muchos colegas míos de profesión (y seguro los que me estén leyendo) le es muy familiar.
Sin embargo, soy una persona con las ideas muy claras y he sabido desde el primer momento a lo que me quería dedicar: ser profesora en la universidad. Por supuesto, esto puede resultar otra idea descabellada debido a la dificultad para acceder a los estudios de doctorado y no solo eso, cuando terminas tener la suerte (porque no es otra cosa que suerte) de conseguir una maravillosa plaza con tu nombre (aunque sea en un Post-It amarillo).
Siempre me ha fascinado el ser humano, pero no he tenido vocación para dedicarme a la medicina, aunque eso no fue un problema. Di el salto al mundo de la antropología cuando estaba en cuarto de carrera y conocí a uno de los mejores profesores que he tenido en toda la carrera quien impartía Origen y Evolución del Hombre. No sólo era (y es) buen profesor por cómo tenía organizadas sus clases, sino porque dominaba la materia y aparte te enseñaba otras cosas como: hacerse respetar sin tener que humillar a ningún alumno, ser humilde y reconocer que el profesor también puede aprender de sus alumnos y ser exigente y esperar que sus estudiantes respondan de la misma forma.
Desde el primer momento fui atrapada sin remedio (ni resistencia para qué engañarnos) en esta especialidad y quería saber más y más. Hoy en día, después de cuatro años, sigo aprendiendo cosas nuevas y no dejo de asombrarme.
Por ahora no he conseguido iniciar mis estudios de doctorado pero mi pasión por la enseñanza de la Biología no me la quita nadie y como siempre he hecho: luchar por lo que quiero.
 

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