lunes, 21 de diciembre de 2015

Hello, my name is: Turkana Boy.

 
En Agosto de 1984, el veterano buscador de fósiles Kamoya Kimeu encontró en la región oeste del Lago Turkana (Kenia) uno de los ejemplares de homínido más espectaculares jamás hallado hasta entonces. Kimeu llegó a recoger más de un centenar de fósiles de un mismo individuo, que conformaron la mayor parte de un esqueleto de la especie Homo ergaster. El Museo Nacional de Kenia catalogó el ejemplar con el número de entrada 15.000 (KNM-WT 15.000). Aunque los profesionales nos referimos a este fósil con la sigla del Museo de Kenia,  todos lo conocemos como “el Chico de Turkana”.  Su pelvis tiene rasgos claramente masculinos y el desarrollo de sus dientes sugería una edad de muerte de unos 11 años. Sobre este esqueleto se han escrito numerosos artículos científicos, aunque su historia no se ha tratado a fondo en artículos y libros de divulgación. Sin duda, este descubrimiento habría merecido mucho más. El hallazgo dio lugar a varias hipótesis muy interesantes, algunas ya rechazadas tanto por hallazgos posteriores como por nuevas reconstrucciones del esqueleto.
En 1985, los paleoantropólogos Alan Walker y Richard Leakey dieron a conocer el hallazgo en un artículo publicado en la revista Nature. El “Chico de Turkana” fue uno de los protagonistas principales del Congreso Internacional sobre Evolución Humana, que se celebró en 1987 en la ciudad italiana de Turín. Todos queríamos escuchar las ponencias que se presentaron sobre este hallazgo. Incluso, Walker y Leakey llevaron a Turín una magnífica reproducción del original, que causó un gran impacto en todos los asistentes. La antigüedad de este ejemplar se cifró con mucha precisión en 1,6 millones de años, gracias a los estudios geológicos de los yacimientos del lago Turkana y a las numerosas dataciones de las capas volcánicas de la región mediante el método del potasio/argón.
El desarrollo de los dientes del Chico de Turkana hizo pensar en un principio que se trataba de un adolescente de unos 11 ó 12 años. Este joven debió morir por una infección dental. Como he contado en posts anteriores, la rotura de un diente en aquella época podía fácilmente desembocar en una infección. Sin los medicamentos adecuados, no era raro que se produjesen septicemias generalizadas (infección de todo el organismo) y el consiguiente fallecimiento de los individuos afectados. Una de estas infecciones pudo acabar con la vida del Chico de Turkana.
 
La excelente conservación de los dos fémures permitió estimar con gran fiabilidad su estatura, que debió morir cuando medía la nada despreciable cifra de unos 165 centímetros. Pronto surgió la pregunta: ¿y si aquel adolescente hubiera sobrevivido hasta completar su desarrollo, que estatura habría alcanzado? La respuesta de los especialistas de entonces no se hizo esperar: aquel chico, que estaría en pleno estirón puberal, habría llegado a medir nada menos que 185 centímetros. Así que hace 1,6 millones de años los miembros de la especie Homo ergaster habrían sido tan altos como los de algunas poblaciones modernas de estatura elevada.
Sin embargo, algo fallaba en aquel razonamiento. En 1985 se publicó un artículo en la revista Nature, en el que Tim Bromage y Chris Dean demostraban por primera vez que el desarrollo de nuestros antecesores había sido muy diferente del nuestro. Los australopitecos y las especies más primitivas de Homo tuvieron un desarrollo muy similar al de los simios antropoideos. Los dientes fueron la clave de aquel estudio de Bromage y Dean. El desarrollo dental, que está significativamente correlacionado con el desarrollo de todo el organismo, era mucho más rápido en los australopitecos y en las especies más antiguas del género Homo. Siendo así, es posible que Chico de Turkana no estuviera lejos de alcanzar el estado adulto. Sus dientes, lo mismo que el resto de su cuerpo se formaban con mayor rapidez. Quizá su adolescencia era mucho más corta que la nuestra, por lo que aquel muchacho habría llegado a ser adulto hacia los 13 ó 14 años. Es más, los últimos trabajos científicos sugieren que, en el mejor de los casos, el desarrollo dental del Chico de Turkana se correspondería con una edad de unos 8 ó 9 años. Sin un estirón puberal tan marcado como el de nuestra especie, aquel humano podría haber llegado quizá a medir 170 centímetros, que tampoco está nada mal. Por otro lado, no podemos olvidar que una buena parte de nuestra elevada estatura se consigue gracias a disponer de un cráneo muy alto. La especie Homo ergaster, igual que otras especies del Pleistoceno, tenían el hueso frontal fuertemente inclinado hacia atrás y su cabeza era menos elevada que la nuestra.
Otro error en la interpretación del Chico de Turkana fue la reconstrucción de su pelvis, que se realizó de acuerdo a la morfología de Homo sapiens. Nuestra pelvis es relativamente estrecha, lo que permite un ahorro energético en los desplazamientos, pero añade dificultades en el parto. Según los primeros estudios de la pelvis de KNM-WT 15000, la especie Homo ergaster también habría tenido una pelvis relativamente estrecha y  una estructura corporal parecida a la de las actuales poblaciones africanas de las zonas tropicales. Estas poblaciones suelen tener estaturas elevadas y un cuerpo delgado y esbelto, que disipa bien el calor de estas regiones. La especie Homo ergaster habría tenido una estructura corporal similar al de las poblaciones tropicales y subtropicales, y las mismas dificultades de hoy en día para dar a luz.
El hallazgo posterior de algunas pelvis fósiles, como el ejemplar denominado “Elvis” del yacimiento de la Sima de los Huesos de Atapuerca o la pelvis de Gona, en Etiopía (1,8 millones años), ha permitido refutar las hipótesis de los científicos que estudiaron el Chico de Turkana. De acuerdo con la información de estos últimos años, la pelvis de todos nuestros antepasados (sin excepción) ha sido relativamente más ancha que la nuestra, con un canal pélvico que ha permitido un parto mucho más holgado que en el Homo sapiens. La reconstrucción del Chico de Turkana se realizó siguiendo patrones de los pueblos que actualmente viven en Kenia, como los Masai, altos y muy delgados. El actualismo, un método frecuentemente usado en reconstrucciones paleontológicas, no siempre resulta acertado.
 

Un infante neandertal en Madrid.


 
Tenía dos años y medio. Medía menos de un metro. Era, posiblemente, una niña. Y pelirroja. Pertenecía a una comunidad neandertal, la especie previa del homo sapiens a la que todos hoy pertenecemos. Su rastro ha sido hallado en un calvero de la localidad serrana de Pinilla del Valle, a 90 kilómetros al norte de Madrid.
La niña vivía con sus padres en una cueva de piedra junto a una caudalosa corriente de agua que, entre 70.000 y 40.000 años después, llamaríamos río Lozoya. En sus frondosas riberas abrevaban toros enormes, rinocerontes esteparios y feroces leones. Con lanzas los acechaba su padre, que aún no conocía las flechas. Mientras él cazaba, a ella la destetaba su madre. Y entonces, por razones desconocidas, la niña murió.
Pero el rastro de su cuerpecillo, muy presumiblemente depositado de manera intencional por sus padres en un lugar a salvo de las hienas, no se perdió: tenía dientes de leche bien formados; cuatro de ellos, dos incisivos, un canino y una muela, han llegado hasta nosotros intactos. Conservan el fulgor del que fuera su blanquísimo esmalte. Es un hallazgo extraordinario. No sólo por la enorme cantidad de información biológica y genética que los dientes, por su dureza imperecedera, brindan, sino también porque "el hallazgo de las piezas dentales se encuentra contextualizado, es decir, se inserta dentro de un conjunto de referencias que permiten generalizar los conocimientos científicos que proporciona", explica el arqueopaleontólogo Enrique Baquedano, mentor principal de la excavación y director del Museo Arqueológico Regional.
Y añade: "No hay precedente de un descubrimiento así en la región madrileña, es muy importante en la península Ibérica y, en verdad, relevante en Europa". Este continente vió extinguirse aquella especie de homínidos robustos, dotados con el gen de los pelirrojos y de una capacidad craneal de hasta 1.500 centímetros cúbicos, 200 más que la de sus sucesores, nosotros, los homo sapiens, ancestros que sí conocían las flechas y gozaban además de una organización social superior y mejor trabada que la de los neandertales, razones por las cuales los sobrevivieron -y quizás, los aniquilaron-.
Los dientes de la niña han sido datados en torno a la misma fecha en la que se calcula que se extinguió un rinoceronte coetáneo, el Stephanorhinus hemitoechus, hace 40.000 años. La dentición ha sido encontrada por un nutrido equipo de arqueólogos, paleontólogos, geólogos y topógrafos que desde hace una década excava en Pinilla del Valle, uno de los yacimientos prehistóricos más prometedores de la península Ibérica. El descubrimiento sucedió el 29 de agosto, a 1.100 metros de altitud y a 40 centímetros de profundidad. Fue a las 10.30 de la mañana. Dos piezas dentales se hallaban junto a un rincón conocido como El camarín y otros dos dientes, procedentes del mismo sitio, fueron detectados entre la arena cribada en cedazos con una luz de 0,05 centímetros en el lavadero del yacimiento. "Casi todos los indicios señalan que el cuerpo del infante fue depositado intencionalmente donde han sido hallados sus dientes" señala Baquedano, que cree que se trata de un enterramiento, insólito en los vestigios de neandertales en la península.
Allí, hasta 130 especialistas han desfilado bajo toldos protectores del sol y la intemperie desde el mes de junio, empuñando delicadamente un instrumental para recoger hasta la brizna más pequeña de hueso o sílex que pueda dar noticia de una estirpe homínida precursora, repleta de enigmas que este hallazgo puede contribuir grandemente a despejar.
Con los dientes de leche de La niña del valle del Lozoya, nombre que se ha asignado a la neandertal madrileña, los especialistas han comenzado a precisar su auténtica edad, su ADN, llave de su código genético y el de sus parientes. Podrán además descubrir qué alimentos tomaba, cuáles eran las dimensiones de su cráneo, dónde tenía ubicada la laringe, de qué capacidad de hablar disponía, su facultades cerebrales para formular abstracciones o vertebrar un lenguaje simbólico...y de esta manera abrir la senda para indagar, eludiendo la consanguinidad, los principales rasgos de las otras comunidades con las que sus mujeres se emparentaban.
El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, codirector de Apatuerca, que lleva seis años vinculado al yacimiento de Pinilla como codirector, definía ayer su emoción al saber que el rastro de la niña neandertal recién hallado va a permitir responder a muchas de estas preguntas.
Con entusiasmo y las mismas metas en el horizonte, a sabiendas de la apuesta a favor de las investigaciones en este yacimiento madrileño garantizadas por Ignacio González, vicepresidente del Gobierno regional, el arqueopaleontólogo Enrique Baquedano, así como Alfredo Pérez González, máxima autoridad de la arqueogeología española, presentaron ayer el hallazgo sobre el lugar donde fue recientemente descubierto.
El vicepresidente anunció que su Gobierno ha adquirido los predios contiguos a los yacimientos de Pinilla -hasta 3,3 hectáreas del llamado Calvero de la Higuera- para que las excavaciones prosigan. Se propone así crear un parque arqueológico abierto al público e integrarlo cuanto antes en el circuito de yacimientos visitables de la Comunidad de Madrid.
Ahora queda por delante una ardua tarea de laboratorio, que medirá con precisión el alcance de tan importante noticia científica.

La sima de los huesos.


El yacimiento de Atapuerca lleva 20 años siendo un referente mundial indiscutible para el estudio de la evolución humana. Los descubrimientos y las aportaciones de este rincón de la sierra burgalesa han sido muchos. Pero quizá fue el hallazgo en 1992 del ya célebre cráneo número 5 de un Homo heidelbergensis de unos 300.000 años de antigüedad -bautizado como Miguelón en honor a Miguel Indurain- lo que situó al yacimiento entre los más importantes del mundo. Sin embargo, el hallazgo de ADN humano de hace 400.000 años en buenas condiciones de conservación en la Sima de los Huesos lo ha situado aún más, si cabe, en la cima de la paleoantropología internacional.
Desde que Nature adelantara a los periodistas su noticia principal de esta semana los teléfonos de los investigadores no han dejado de sonar. Descifrar ADN humano a partir de fósiles que rondan el medio millón de años de antigüedad no es cuestión baladí. La investigación sólo presenta una pequeña parte del ADN humano contenida en unos pequeños orgánulos del interior celular y responsables de la respiración de las células llamados mitocondrias. Pero abre la puerta al estudio de los genomas completos (ADN nuclear) de fósiles de homínidos de hasta medio millón de años, y, por tanto, permite comenzar a pensar en el estudio de la evolución del hombre armados con la contundencia de la Genética.
Los resultados han derribado las barreras temporales de los estudios genéticos y tanto la comunidad científica como la prensa internacional se ha volcado con el descubrimiento. «Es un hallazgo apasionante que hace que cambien las tornas en este campo», aseguró David Reich, genetista del Harvard Medical School de EEUU a The New York Times. La Sima de los Huesos alberga una de las colecciones de fósiles humanos de esa época de la evolución humana, una era llamada el Pleistoceno Medio, que llega hasta hace cerca de 100.000 años.

La colección de homínidos más completa

El equipo dirigido por los codirectores de Atapuerca Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro ha encontrado 28 esqueletos completos de este homínido de la Sima de los Huesos, aún sin clasificar dentro de ninguna especie hasta que la genética revele más datos sobre su pasado. «Atapuerca siempre ha sido un referente mundial y lo sigue demostrando», asegura Antonio Rosas, profesor de investigación del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC, quien no ha tenido nada que ver con esta última investigación. «Es un yacimiento único en el mundo para el Pleistoceno medio, pero lo es desde hace muchos años, en los 90 ya se habían extraído más de 20 de estos esqueletos de la Sima de los Huesos», aclara Rosas.
«Es fantástico, no tengo ningún reparo en decirlo. Hay muy pocos sitios en el mundo donde se pueda conservar ADN tan antiguo, que no sea bajo el hielo», asegura Carles Lalueza-Fox, investigador del Instituto de Biología Evolutiva de la Universidad Pompeu Fabra y el CSIC. «Desde luego que es la joya de la corona, no hay otro sitio donde haya tantos individuos de los que se pueda extraer el ADN mitocondrial», dice Lalueza-Fox.
Otros expertos internacionales, como el profesor Chis Stringer, del Museo de Historia Natural de Londres y que nada tiene que ver con las excavaciones, apuntan en la misma dirección. «Necesitamos todos los datos que podamos conseguir para construir la historia completa de la evolución humana. Y no lo podemos hacer sólo con herramientas de piedra, no lo podemos hacer sólo con fósiles. Tener el DNA de estos homínidos de la sima de los Huesos nos da una nueva forma de asomarnos a ella», aseguró Stringer a la BBC.
 
(Fuente: El Mundo.)

Antropólogos físicos en el campo de las Ciencias Forenses

 

La Antropología Física se divide en varias subdisciplinas entre las que se encuentra la Antropología Forense.
La antropología física forense se encarga de la identificación de restos humanos esqueletizados dado su amplia relación con la biología y variabilidad del esqueleto humano. También puede determinar, en el caso de que hayan dejado marcas sobre los huesos, las causas de la muerte, para tratar de reconstruir la mecánica de hechos y la mecánica de lesiones, conjuntamente con el arqueólogo forense, el criminalista de campo y médico forense, así como aportar, de ser posible, elementos sobre la conducta del victimario por medio de indicios dejados en el lugar de los hechos y el tratamiento perimortem y posmortem dado a la víctima.
Se auxilia con las técnicas de la tafonomía forense, estrategia de investigación de reciente aplicación a casos forenses. Engloba las técnicas de la arqueología y la antropología física forense en la investigación sobre el proceso tanatológico. El uso de modelos tafonómicos en el análisis de contextos forenses permite estimar el tiempo transcurrido desde la muerte, reconstruir las circunstancias antes y después de la depositación del cadáver y discrimina los factores en los restos humanos que son producto de la conducta humana, de aquellos producidos por los sistemas biológicos, físicos, químicos y geológicos.
Las técnicas tafonómicas indican cuando los cadáveres fueron atacados por carnívoros, roedores o asesinados por seres humanos. Las diferentes formas en las que actualmente los criminales disponen de los cadáveres y segmentos de los mismos pueden confundirse fácilmente por la acción de los diferentes tanatofagos. La conducta de los homicidas puede introducir variaciones extremas de transporte, desmembramiento y otras alteraciones en los restos humanos. Existen grandes diferencias entre los grados de intemperismo, tanatofagos y el patrón de dispersión de cuerpos en desiertos, bosques, bajo el agua, en la tierra, que el método tafonómico puede ayudar a describir y explicar.
 
Por supuesto, la Antropología Física se complementa con otras disciplinas tales como la Arqueología o Medicina. En el caso de la Arqueología forense aplica técnicas arqueológicas establecidas, ligeramente modificadas por los requerimientos del registro del lugar de hechos o lugar del hallazgo, en donde un esqueleto o esqueletos o un cuerpo o cuerpos están presentes. No sólo se han utilizado estas técnicas de la arqueología tradicional al estudio de presuntos hechos delictivos, sino también en la investigación de batallas del pasado y exhumación de figuras históricas.
Cuando se encuentra un cadáver esqueletizado o en avanzado estado de putrefacción, el arqueólogo forense puede auxiliar al perito criminalista de campo. Se robustece así una estrategia de investigación intradisciplinaria en donde trabajan conjuntamente el perito criminalista de campo, fotógrafo forense, arqueólogo forense, antropólogo físico forense, los distintos científicos forenses del laboratorio de criminalística que procesan los indicios recuperados que se objetivan en dictámenes los cuales constituyen un medio de prueba. La arqueología trata de recuperar la conducta cultural del pasado. El enfoque de la arqueología forense es reconstruir la conducta criminal y recuperar evidencia asociada en su contexto, que permita reconstruir los eventos finales de los hechos presuntamente delictivos.
 
 
 
 
 
 

¿Y por qué antropología?

¿Y por qué no?
Esta es una de las respuestas que siempre he dado. Empecé mis estudios de Biología en la Universidad Autónoma de Madrid en el 2008, a pesar de que todo el mundo me decía que no tenía salidas, que iba a acabar de profesora,  que para qué servía y un largo etcétera que muchos colegas míos de profesión (y seguro los que me estén leyendo) le es muy familiar.
Sin embargo, soy una persona con las ideas muy claras y he sabido desde el primer momento a lo que me quería dedicar: ser profesora en la universidad. Por supuesto, esto puede resultar otra idea descabellada debido a la dificultad para acceder a los estudios de doctorado y no solo eso, cuando terminas tener la suerte (porque no es otra cosa que suerte) de conseguir una maravillosa plaza con tu nombre (aunque sea en un Post-It amarillo).
Siempre me ha fascinado el ser humano, pero no he tenido vocación para dedicarme a la medicina, aunque eso no fue un problema. Di el salto al mundo de la antropología cuando estaba en cuarto de carrera y conocí a uno de los mejores profesores que he tenido en toda la carrera quien impartía Origen y Evolución del Hombre. No sólo era (y es) buen profesor por cómo tenía organizadas sus clases, sino porque dominaba la materia y aparte te enseñaba otras cosas como: hacerse respetar sin tener que humillar a ningún alumno, ser humilde y reconocer que el profesor también puede aprender de sus alumnos y ser exigente y esperar que sus estudiantes respondan de la misma forma.
Desde el primer momento fui atrapada sin remedio (ni resistencia para qué engañarnos) en esta especialidad y quería saber más y más. Hoy en día, después de cuatro años, sigo aprendiendo cosas nuevas y no dejo de asombrarme.
Por ahora no he conseguido iniciar mis estudios de doctorado pero mi pasión por la enseñanza de la Biología no me la quita nadie y como siempre he hecho: luchar por lo que quiero.
 

lunes, 14 de diciembre de 2015

Un nuevo homínido se incorpora al árbol familiar

 
 
El pasado 11 de septiembre se hacía público el descubrimiento de una nueva especie de hominido, Homo naledi, que, por sus características anatómicas únicas, resultaba un firme candidato a ser el «eslabón perdido» entre los últimos australopitecus (aún no humanos) y los primeros representantes del género Homo, al que todos nosotros pertenecemos.
El hallazgo fue hecho en Suráfrica, en lo más profundo de la cueva Rising Star, a unos 50 km. de Johanesburgo, donde en 2013 aparecieron los primeros restos de la nueva especie. En total, y a pesar de que solo se ha explorado una mínima parte del yacimiento, se recuperaron más de 1.500 restos óseos, pertenecientes a quince individuos diferentes, y desde entonces numerosas instituciones científicas de todo el planeta, entre ellas el Museo Nacional de Ciencias Naturales, del CSIC, se fueron sumando al análisis de los huesos.
La variedad de los fósiles hallados es enorme, ya que representan prácticamente todas las partes del esqueleto y pertenecen a individuos de ambos sexos y todas las edades. Una auténtica «golosina científica» a la que muy pocos paleontólogos han sido capaces de resistirse. El problema es que, pese a los esfuerzos de los investigadores y debido a la inaccesibilidad del yacimiento (se trata de una profunda sima en el fondo de una cueva de muy difícil acceso), no ha sido posible llevar a cabo una datación de los restos. De modo que no se sabe si tienen más de dos millones y medio de años (la edad de los autralopitecos) o menos de cien mil, en cuyo caso Homo naledi sería un superviviente arcaico que convivió con los primeros representantes de nuestra propia especie, pero no un antepasado nuestro.
Así las cosas, acaba de aparecer en «Nature Communications» la segunda tanda de estudios relacionados con Homo naledi. Se trata de dos trabajos que hacen hincapié en el análisis de los pies y las manos del homínino y que tratan de dilucidar si eran capaces, o no, de caminar y utilizar las extremidades superiores tal y como lo hacemos nosotros.
Si prescindimos de la falta de una datación y nos fijamos solo en sus características físicas, Homo naledi parece realmente un «eslabón perdido». De hecho, su capacidad craneal (apenas 500 cm cúbicos frente a los 1.200 cm. cúbicos de nuestra especie), junto a las características de su torso y el juego del tórax con la pelvis le acercan mucho a los australopitecos. Pero su dentadura, masticación y estructura de sus manos y pies se parecen mucho más a las nuestras.
Y es en eso, precisamente, en lo que más se han fijado los dos nuevos estudios publicados en «Nature». Juntos, indican que Homo naledi pudo tener una adaptación única que le permitía, al mismo tiempo, trepar y vivir en los árboles y caminar erguido sobre sus dos extremidades inferiores, como nosotros, recorriendo a pie grandes distancias. Sus manos, además, parecen capaces de llevar a cabo las tareas más precisas y delicadas.
Según los investigadores, las conclusiones de los dos estudios, tomadas en conjunto, indican una fuerte disociación entre las funciones de los miembros superiores e inferiores de Homo naledi, y proporcionan una serie de importantes pistas de cómo pudieron ser la forma y las funciones que caracterizaron a los esqueletos de los primeros representantes del género Homo.

Los pies, modernos

William Harcourt-Smith es el autor principal del estudio titulado «Los pies de Homo naledi». Y se basa en los 107 huesos de pies de la nueva especie hallados en la cueva surafricana, entre los que se encuentra un pie derecho adulto y perfectamente conservado. El análisis de esos fósiles muestra que los pies de Homo naledi comparten numerosas características con los del hombre moderno (nosotros), lo que indica que estaba perfectamente adaptado para permanecer erguido y caminar sobre sus dos piernas. Los autores, sin embargo, señalan que la curvatura de los huesos es mayor de la que ostenta nuestra especie.
«Fue todo un viajero de largas distancias -afirma Jeremy Desilva, coautor de la investigación-, con un pie muy arqueado, cuyo dedo gordo no le permitía coger objetos pero con sutiles diferencias respecto a los seres humanos de hoy». Dasilva, que ya había descrito los pies de Australopithecus sediba, un precursor de los humanos que vivió en Africa hace unos dos millones de años, asegura que el pie de Homo naledi «podría ser similar al de Homo erectus. Este es el primer humano con proporciones similares a las nuestras, con piernas largas y brazos cortos. Pero al mismo tiempo, el cerebro de Homo naledi es mucho más pequeño que el de Homo erectus y sus hombros y dedos curvados se parecen a los de Lucy (un australopiteco). Es una nueva combinación de rasgos que no habíamos visto antes».

Las mános, únicas

El segundo estudio, liderado por el paleoantropólogo Trcey Kivell, describe las manos de la nueva especie basándose en los cerca de 150 fósiles encontrados de esta parte del cuerpo, entre los que, de nuevo, figura la mano derecha de un adulto casi completa y del que solo falta un hueso de la muñeca.
La mano de Homo naledi revela una combinación única de rasgos que nunca se habían apreciado en ningún otro fósil humano. Los huesos de la muñeca y el pulgar, por ejemplo, muestran características anatómicas compartidas con las de especies mucho más modernas, como los Neandertales, o incluso la nuestra. Y sugieren que Homo naledi era perfectamente capaz de agarrar fuertemente objetos con sus manos y de utilizar herramientas de piedra.
Sin embargo, los huesos de los dedos de las manos están más curvados que en la mayoría de los fósiles de especies humanas primitivas. Y se parecen más a los de Lucy (un Australopithecus afarensis), lo que sugiere que también podían utilizar sus manos para trepar cómodamente a los árboles. Esta mezcla de características propiamente humanas con otras mucho más primitivas demuestra que Homo naledi estaba «doblemente especializado» y era, por lo taanto, capaz de combinar el uso de herramientas complejas con la locomoción arborícola.
«La adaptación de la mano de Homo naledi para el uso de herramientas, en combinación con su pequeño cerebro, tiene interesantes implicaciones sobre qué necesidades cognitivas son realmente necesarias a la hora de fabricar y utilizar herramientas -afirma Kivell-. Y, dependiendo de la edad que resulten tener estos fósiles, Homo naledi podría haber sido el autor de las antiguas herramientas de piedra que hemos encontrado ya en Suráfrica».
Los resultados de ambas investigaciones parecen confirmar, pues, que el lugar evolutivo de Homo naledi está, precisamente, en la transición de australopitecos a humanos. Solo falta que los científicos sean capaces de hallar un método de datación que sea aplicable y que permita asignar a los fósiles una edad concreta. Solo así sabremos si estamos, o no, frente al auténtico «eslabón perdido» de la Humanidad.
 
¿No es maravilloso? :)